Y aquí estoy yo.
Sentada en la parada esperando a un bus destartalado que me lleve a casa. Y
estoy aquí pensando en ti. Pensando en tus bonitos labios, en la manera de
mirarme con tus grandes ojos, en el cariño que manifiestas con cada caricia,
cada beso, cada acto. Eres el causante de mi felicidad, de mi cosquilleo en el
abdomen. Eres rápido, eres lento, eres impredecible y completamente esperado.
Eres una luz en el tiempo oscuro. Cuento los días, las horas, los minutos que
faltan para verte, para volver a observar ese cariño que desprendes al estar
conmigo. Añoro tus abrazos y los ''Yo no te quiero, yo a ti te amo, mi niña''.
Un nudo se forma en mi garganta y las lágrimas involuntarias comienzan a
brotar. ¿Por qué lloro? Estoy feliz, tengo a la persona que más quiero
recordándome que me ama... No debería llorar... llorar de amor ¿Es posible?
Quizá porque sé que esos maravillosos y memorables momentos acabarán cuando
caiga la noche. Y de nuevo a esperar minutos y minutos, horas y horas, días y
días, semanas... hasta volverte a ver. Odio esa impaciencia que siento cuando
pasan los minutos sentada en mi sofá sabiendo que estas de camino. O bien
cuando estoy en el coche, yendo a tu encuentro. En ese momento, corazón
alterado, involuntaria sonrisa imborrable, piernas temblorosas, manos
inquietas, frías como el hielo, esperando rozar tu cálida piel, mirada perdida
en el horizonte, respiración acelerada y entonces te veo. A lo lejos. Estas
ahí, sentado, más guapo que la vez anterior que te vi, esperándome con la
mirada atenta a la carretera, deseando divisarme. Ahora sólo quiero que pare el
coche para al fin bajarme, abrazarte, mirarte a los ojos y decirte lo mucho que
te amo justo antes de besarte, a tu ritmo, tranquilo pero rápido, cariñoso y a
la vez apasionado. Un beso. Un beso que expresa todos los sentimientos que las
palabras se quedan cortas para describir.
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